Desde su propia voz: Embarazo adolescente y vulneración de derechos

Mauricio Panozo Montero
Adriana Antequera Salas
Revisión: Elizabeth Machicao

De enero a mayo se registraron 663 embarazos en niñas menores de 14 años en Bolivia, según el Sistema Nacional de Información en Salud (SNIS-VE). Es decir, alrededor de cuatro casos por día que -por la edad- son considerados producto de violencia sexual (Página Siete, 10 de Julio de 2020). En efecto, el embarazo adolescente es una problemática social en sí misma, pero que resulta a su vez de una serie de factores predisponentes encontrados en las historias que este reportaje retrata: historias de violencia intrafamiliar, abuso sexual, vulneración de derechos en educación y salud, y temas inherentes a los roles de género son algunos de los factores que contribuyen al crecimiento del número de mujeres entre 15 y 19 años que se embarazan en Bolivia.

Según datos oficiales del INE (2015), la tasa de natalidad en mujeres entre 15 y 19 años en Bolivia era de 88 por cada 1000 en el 2008, con una razón de mortalidad materna de 160 por 100.000 nacidos vivos. Para el 2011 según los mismos datos oficiales, el país se encontraba entre aquellos con la tasa estimada más elevada de fecundidad en adolescentes en América del Sur, junto con Venezuela, habiéndose incrementado en cuatro puntos en los últimos diez años comparativos –de  14% en 1998 al 18% en 2008- y, entre 2010 y 2011 el embarazo aumentó hasta alcanzar el 25% en edades comprendidas entre los 12 y 18 años, según datos del Plan Plurinacional de Prevención del Embarazo en Adolescentes y Jóvenes 2015-2020 (un porcentaje de ocho más aún), investigaciones sobre la temática dan cuenta además de que las complicaciones durante el parto en edad adolescente son la segunda causa de muerte en el grupo de esa edad en países de ingresos bajos (OMS, 2020).

Según el Fondo de Población de las Naciones Unidas – UNFPA, en Bolivia el porcentaje de mujeres entre 10 y 19 años que ya son madres o se encuentran embarazadas, oscila entre 18% y 23%, ocupando el segundo lugar de toda Latinoamérica donde más embarazos adolescentes se producen. Fondo de Población de las Naciones Unidas y Fondo de las Naciones Unidas. Estado de la Población Mundial 2016. (New York 2016)

La figura a continuación muestra que 16.5% de las adolescentes menores de 18 años estuvo embarazada alguna vez el año en 2008. Luego, cuando se analiza este dato de acuerdo al nivel socioeconómico, se observan gradientes o brechas, con la mayor prevalencia observada en el cuartil socioeconómico más bajo. Existe también una brecha entre el área urbana y rural, con la mayor prevalencia de embarazo adolescente en esta última.

 

 

Fig. 1. Embarazo adolescente según clase social y área de residencia en Bolivia (2008-2016)
Fuente: Encuestas Nacionales de Salud 2008 y 2016

En respuesta al contexto que se vive en el país, el Estado impulsó el Plan Plurinacional de Prevención de Embarazos en Adolescentes y jóvenes PPEAJ 2015 – 2020, donde se asume el reto de trabajar en políticas públicas que contribuyan a reducir los altos índices de embarazos en adolescentes y jóvenes, favoreciendo el ejercicio pleno de sus derechos humanos, derechos sexuales y derechos reproductivos en el marco del Vivir Bien. No obstante, y a pesar de dichos esfuerzos, según un reportaje del 8 de Julio de 2020, se informó que, de enero a mayo del presente año, 663 niñas menores de 15 años se embarazaron en Bolivia, siendo la violación el motivo principal. (https://www.atb.com.bo/sociedad)

El embarazo adolescente: un resultado multicausal

Los fragmentos que se presentan son partes de las historias, seleccionadas para ejemplificar cada uno de los desafíos de ser madre o padre en la adolescencia. Cada uno de los temas analizados intenta respetar de manera fidedigna los sentires, pensares y experiencias de las nueve personas participantes de este reportaje.

Entre frustración y vergüenza

Celina es madre de dos mellizos. Se embarazó en su adolescencia de su primera pareja sexual y aunque hoy en día disfruta de su maternidad, recuerda que su primera emoción al enterarse de su embarazo fue la frustración. Convocó a su papá a una plaza, le mostró la ecografía y su padre le respondió tácitamente: “lo has perdido todo”.

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Julia tenía pensado estudiar en la universidad al salir del colegio, pero como relata “lo dejé… por lo que me enteré de mi embarazo. Estaba entre las dudas, pensativa y al final lo dejé”.

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Así como en los relatos de Celina y Julia, muchas adolescentes experimentan frustración al enterarse de que se convertirán en madres. La incertidumbre que produce la noticia de un embarazo, sumada a las expectativas personales y familiares hacen de la experiencia una de las más difíciles de atravesar durante la adolescencia.

Si bien es cierto que la maternidad representa una de las causas más importantes de las brechas de género, en torno a, por ejemplo, las oportunidades laborales (Martínez Canizales, 2019) ser madre en la adolescencia amplia la brecha aún más.

La percepción de la imposibilidad de formarse, de estudiar, de ser profesional se mezclan con la sensación de haber fallado. Haber fallado a la familia, a la sociedad y a ellas mismas. Luego, sobrevienen otras complicaciones, como el balancear sus expectativas personales y profesionales con las de cumplir el rol de ser mamá.

El embarazo, en particular, es una etapa de especial vulnerabilidad. La confusión y el miedo experimentado a causa de la noticia del embarazo, el miedo a la reacción de la familia, la incertidumbre sobre la posibilidad de hacerse responsable del niño o niña, colocan a las madres adolescentes en una situación delicada, donde – como relata Verónica – pueden ser fácilmente manipulables: [hablando de la relación de pareja dentro de la cual quedó embarazada] “siento que es una relación donde yo me he alejado un poco de mí. Yo soy súper amiguera y él no me dejaba tener amigos. O si estaba hablando con sus amigos y ¿“Por qué hablas tanto con mis amigos?”. Pero era súper buen tipo por otro lado. O sea, era buena gente y mis amigas lo amaban… Entonces, digamos, como que compensaba”.

Sumado ello a la falta de apoyo familiar, la experiencia del embarazo adolescente puede ser muy dolorosa y determinar la forma en que luego se asume la maternidad y la relación con el nuevo niño o niña. De acuerdo a la psicóloga y experta en adolescencia, Elizabeth Machicao.

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La frustración por no tener dinero y la preocupación por ser buena mamá

“La economía marca tanto”, dice Celina y continua “hubiera querido traerlos al mundo sin miedos, con más dinero y con más tiempo. Porque por hacer dinero, el tiempo no lo tengo con ellos”.

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El testimonio es contundente y abrumador. Ser buena mamá implica proveer a los hijos de sus necesidades, pero cuando las oportunidades para estudiar y especializarse o formarse se reducen, ello redunda en el incremento de la precariedad laboral, en condiciones de trabajo en donde se deben invertir muchas horas y ganar poco.

“Yo más bien acabé la escuela”, dice Julieta. Tenía que seguir estudiando, pero [cuando se embarazó], al final no me decidía…y acabé sin estudiar”

Las circunstancias económicas y sociales, sumadas las pocas oportunidades de empleabilidad (Mendoza y Subiría, 2013), la distribución del cuidado, casi completamente atribuido a la adolescente mujer (Cafaro, 2015) y el reducido apoyo social y estatal (Aguilar de Mendoza, 2019), configuran un escenario difícil y estresante para quienes enfrentan el embarazo en la edad adolescente.

La violencia estructural y su relación con el embarazo adolescente

Los datos de la Encuesta Nacional de Demografía y Salud (2016) evidencian que el 48% de las adolescentes mujeres reportaron haber sufrido violencia física y el 55% reportaron violencia emocional, mientras crecían en su hogar. La violencia física sufrida por parte de la pareja, durante la etapa de noviazgo, tiene una prevalencia de 40%, mientras que la violencia emocional por parte de la pareja alcanzó el 85%.

La violencia física es más prevalente entre los niveles más bajos y la violencia emocional es más alta en el nivel socioeconómico medio alto.

Finalmente, en cuanto a violencia sexual, la ENDSA 2016 muestra que 1 de cada 10 adolescentes mujeres fueron alguna vez forzadas a tener relaciones sexuales por alguien que no era su pareja. Según la Organización Panamericana de la Salud, el país tiene la tasa más alta de violencia sexual en América Latina, y la segunda más alta en toda la región después de Haití. En el 2017 se reportaron 1.324 casos de violación de niños o niñas, esto representa tres a cuatro violaciones por día. Ello ha determinado que, en Bolivia, la normativa vigente autorice la interrupción de un embarazo por causa de una violación.

De pequeña a mí me han violado. Lastimosamente fue un familiar y nunca esperé de ese familiar y hasta hoy en día no me saco eso de la cabeza. Me quedaron muchas secuelas (…) fue una vez y lo dije mil y un veces y nunca me escucharon. Para ellos como que estoy loca, porque prefieren creer siempre en otras personas antes que en su hija y eso es lo que más me duele, me lastima (Catalina, 17 años).

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Cuando yo decía “no”, ahí me venía el castigo (…) siempre me golpeaba o me agarraba a cachetadas o me hacía dormir en el suelo. Me acuerdo específicamente de un año nuevo con él y con uno de sus amigos y con la esposa de su amigo que él me quiso acuchillar…

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Alma: Nos comenzamos a pelear, yo voy al otro cuarto, me visto, comenzaron los gritos. Yo le dije “basta, basta” y empecé a salir por el corredor. Me cargó…No sé cómo me cargo y me tiró a la cama. Se subió sobre mis hombros. Yo le decía levántate, ándate e intentaba moverme. No se cómo se levantó, me agarró las piernas y me tiró al piso. Yo me quedé así quieta. Me dice “a vos hay que tratarte como lo que eres, como una perra” y me comenzó a escupir en la cara.

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Las historias de Catalina y Alma muestran la continua experiencia de ser víctimas de violencia. Desde la violencia activa y la negligencia en sus entornos familiares, la carencia de afecto y protección cuando niñas y adolescentes, al establecimiento de relaciones de violencia extrema durante el noviazgo, en donde se evidencia una dinámica de dependencia y miedo que es ahondada por la maternidad.

Durante los primeros meses del nacimiento del niño o niña, se experimenta un segundo momento importante de vulnerabilidad: la poca experiencia para el cuidado de los bebés, el reducido apoyo social de las familias de origen y el sentimiento de soledad experimentado contribuyen a su perpetuación en las relaciones violentas con sus parejas: [refiriéndose a acompañarla durante el embarazo] “Me hacía sentir como si me estuviera haciendo el favor de estar conmigo (Verónica, 16 años)”.

Conducir un embarazo y luego asumir una maternidad sin apoyo familiar y social es una tarea extremadamente difícil y estas historias lo demuestran ampliamente. La maternidad adolescente es, junto a la primera infancia, una de las etapas más críticas en la vida de los niños, niñas y adolescentes y ello tiene que ver con la interrupción de una etapa en el ciclo de vida de la adolescente, pero también con la asunción de una responsabilidad para la que no se encuentran preparada. De acuerdo a Machicao.

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El rol de complacencia en las adolescentes

Marcela Lagarde (1989; 2011) denuncia que hay una falla estructural en la crianza de las niñas: que les enseñamos que en su rol de mujer deben complacer. Complacer más allá de sus propios límites y de los riesgos que ello pueda implicar. Esto se ve reflejado en las historias que forman parte de este reportaje: “La virginidad es una cosa que a las mujeres nos condena bastante. El hecho de que te digan tienes que llegar pura al matrimonio”.

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“Ya me había vuelto una persona muy dependiente de él. Porque ya no tenía amigas, ya no tenía amigos, había rechazado a todos por él y él igual” (Fernanda, 16 años)

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La complacencia es una característica tan arraigada en el comportamiento de las mujeres, que impregna distintos aspectos de su vida. Desde actos de sumisión hasta asumir riesgo como embarazos no deseados, como cuenta Alma: Las cosas no mejoraron y yo le dije “mira ya hemos metido la pata, no somos muy responsables con la vida, me quiero poner la inyección y él me decía “no”. ¿Sabes qué? yo era el amante de una chica y ella me decía que no tenía ningún problema porque tenía la inyección. Vos seguramente te quieres poner, para ir a meterte con otro”.

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Las actitudes complacientes no solo son aceptadas, sino promovidas por las familias y en algún caso, por su propio entorno social. Luego, la complacencia sexual, el hecho de permitir ciertas conductas riesgosas, por ejemplo, para hacer sentir bien a la pareja, aunque ellas se sientan mal, aunque no quieran, aunque no estén de acuerdo, se imponen una y otra vez en las historias que resultan en embarazo adolescente.

El embarazo adolescente, de acuerdo a las valiosas historias de estas muchachas, no sucede únicamente por falta de información. Sucede, a pesar de tener información, pues lo que se juega en las relaciones de pareja adolescentes es la reproducción una cultura patriarcal en donde el cuerpo de las mujeres les pertenece solo a medias, pues la otra mitad es para sus parejas/esposos e hijos.

El aborto y sus múltiples facetas

El aborto es la tercera causa de muerte materna, según el Ministerio de Salud (2017) y a pesar de que el debate en torno a la decisión de suspender un embarazo se centra sobre todo en la vida del feto, poco se conoce sobre las decisiones que conducen a las mujeres – y en especial a las adolescentes- a abortar.

La primera razón es cuando el embarazo adolescente se produce como resultado de una violación.:

Y de la nada empecé a sentir algo detrás de mí y me desperté por eso y era él moviéndose. ¡Era el chico! Y estaba con mi jean abajo. Lo empujé y él se fue, él estaba borracho igual. Yo me quedé quieta igual.

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Me hice la prueba de embarazo y salió positivo. Fui a la cama de mi amiga y me puse a llorar y ella me dijo: está bien, hay solución. Y lo primero que le dije es “quiero abortar”. La idea de que era producto de una violación, me daba asco”. Finalmente, llegamos a un precio de 650 Bs”.

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La historia de Alma refleja claramente la vulneración de derechos sexuales y reproductivos. Por un lado, la violación que es el tipo de violencia más frecuente entre las adolescentes. Un reportaje sobre la temática informó que en Bolivia cada día ocho niñas quedan embarazadas, eso significa que cada tres horas, una de ellas es víctima de violencia sexual” (Página Siete, 9 de marzo de 2020).

Luego, la vulneración a su derecho de interrumpir el embarazo de forma legal y segura. Existe una Sentencia Constitucional que dictamina que un aborto puede realizarse si existe: a) Riesgo en la salud de la mujer; b) Riesgo en la vida de la mujer y c) Violencia sexual. Asimismo, establece que el Estado debería garantizar la atención gratuita y segura si se trata de estos casos; no obstante, ello raramente se cumple, debiendo las adolescentes optar por un aborto con sus propios recursos.

Una segunda razón es el profundo miedo de mantener un vínculo permanente con su agresor: “Ahora yo entiendo, cuando muchas chicas toman esta decisión de no tener a sus bebés, o que sufren maltrato (…), las juzgamos sin saber y decimos ¿pero porque aguantas? Es que no se trata solamente de aguantar, sino que es muy difícil hablar”.

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Luego, continua: “Y si hubiera tenido a ese bebé, pucha qué vida hubiera tenido yo y qué vida hubiera esa pequeña persona y yo digo, si bien no es algo moralmente correcto, en este tipo de situaciones [refiriéndose a la violencia de pareja], yo estoy a favor de que suceda, porque no puedes amarrarte a tanta agresión”.

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Un tercer motivo es por presión social y miedo a las consecuencias familiares y a tener que enfrentar la vida sola. Así, Verónica relata que la familia de su pareja fue quien decidió que ella abortaría. Ella recuerda que en un primer momento no estaba decidida, pero la mamá de él asumió una actitud autoritaria: “hemos ido a un consultorio por la Buenos Aires. Y ella le ha dicho al médico: “sus papás no pueden estar”. Me hicieron una segunda ecografía y dijeron que ya no se podía, que era súper riesgoso porque está avanzado, pero vamos a hacer todo lo posible porque salga bien, pero sí cuesta más caro”.

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Es que realmente sentía que no tenía opción. Tampoco estaba segura, el doctor me daba asco. No sé si me daba asco o me daba miedo. No me he sentido nunca culpable, porque siento que no ha sido mi culpa, no ha sido mi decisión”.

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Yo estoy a favor del aborto, aunque parezca tonto, porque debe poder tener el derecho de decidir tú. Pero más allá de eso tiene que contar con la seguridad de que estás yendo a un buen lugar”.

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El aborto clandestino es la tercera causa de mortalidad en mujeres. Al margen de las consecuencias psicológicas de ser inducida a la decisión, abortar en condiciones insalubres, implica un riesgo mortal que no debería ser corrido por nadie, menos aún por personas menores de edad, con un sistema social y familiar que debería protegerlas.

Las tres razones, demuestran que lejos de ser una decisión liviana, el aborto es una opción que se asume sopesando los pros y contras de conducir un embarazo, que ya en condiciones menos adversas, sería difícil.

El efímero rol de los padres adolescentes y la soledad de las madres adolescentes

“Luego de tres meses les contamos todo a mis papás, ese momento mi papá nos subió al auto y nos dijo tenemos que hablar con su familia, para saber qué vamos a hacer. Todos subimos al auto y nos dirigimos hacia la casa de mi pareja. En medio del camino él dijo a mi papá, que aún en su casa no sabían nada (Cfr. Sonia, 18 años)”.

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“Durante mi embarazo casi no nos hemos visto, él vive lejos y con la cuarentena fue más difícil aún (Cfr. Julia, 17 años)

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La ausencia de los varones adolescentes suele ser recurrente durante el embarazo (Bermúdez, 2014) y es reforzada por la sociedad, sobre -responsabilizando a la mujer, tanto por el embarazo como por el cuidado del niño o niña por nacer. Son frecuentes los comentarios como: te quiere amarrar, ¿por qué ella no se cuida?, es su culpa.

Pero aún más, la forma en que reaccionan las familias de los adolescentes varones –en especial las madres de éstos- refleja y confirma que la sociedad se configura a través de códigos machistas y patriarcales reproducidos por varones y mujeres por igual.

Verónica relata: “En lo que siento que tenía razón era que iba a estar sola…es verdad. Ella me ha dicho [refiriéndose a la madre de su expareja]: “vas a estar sola porque él no va a dejar su vida y tú eres la que se va a quedar sola. No importa la ayuda que tengas, él no te va a apoyar como tú crees que te va a apoyar”.

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Finalmente, el sentimiento que impregna las historias es la soledad. Estar embarazada o ser madre en edad adolescente es percibido como una condena a la soledad. Desde el momento en que la joven tiene la sospecha de su embarazo; al comprar la prueba confirmatoria; cuando se hace su primera ecografía, cuando decide abortar o cuando decide mantener el embarazo, la constante es la sensación unívoca de que, si él la acompaña, realmente es por suerte, se debe estar agradecida. Pero lo normal es que estén poco y que su presencia se vaya desvaneciendo con el pasar de la vida.

Quizás por ello fue tan difícil encontrar, para este reportaje, a un varón adolescente que se hubiera hecho cargo de sus hijos.

Qué hacer entonces:
Los testimonios compartidos sustentan una profunda reflexión sobre las consecuencias de asumir una maternidad no deseada, sobre todo cuando los entornos de las adolescentes son violentos y/o el embarazo es percibido por ellas como la imposibilidad de jamás salir del vínculo con su maltratador o condenar al niño a una relación similar.

Más aún, sustentan la necesidad de implementar una educación para la sexualidad desde todos los entornos de cuidado de los y las adolescentes. Dicha educación debería proveer formación sobre los temas centrales para la prevención del embarazo adolescente: educación sobre el cuidado del cuerpo, sobre las relaciones de pareja, sobre los lugares para recibir atención y apoyo e información de calidad para la prevención de embarazos adolescentes.

Luego, el acceso a anticoncepción moderna y accesible y a atención en salud sexual y reproductiva, que brinde atención preventiva primaria y secundaria, además de atención segura tanto durante el embarazo y el parto o en los casos en los que la legislación permita el aborto.

El embarazo adolescente sucede como resultado de una constante vulneración de derechos y las historias que han dado vida a este reportaje así lo demuestran. La restitución y la garantía de derechos de niños, niñas y adolescentes es un tema central y pendiente en Bolivia.

 

Referencias