

“Recorriendo la prehistoria y la historia de la humanidad, se puede afirmar que el sujeto principal del género humano son las mujeres, no sólo porque son ellas las que procrean, sino porque la historia nos muestra que la sociedad era mucho más humana cuando su organización tenía como sujeto fundamental a las mujeres”, fueron las palabras que iniciaron el ciclo de talleres de capacitación denominado Argumentario favorable a los derechos sexuales y derechos reproductivos, desde el derecho canónico, la teología y estudios bíblicos, los pasados 31 de julio y 1 de agosto a cargo del especialista Rafael Puente en el Restaurant Vienna.
El taller, dirigido al movimiento de Católicas por el Derecho a Decidir Bolivia, sirvió para reflexionar que no solamente, las mujeres han sido subordinadas en los contextos teológicos sino también, su rol ha sido cada vez más sometido.
Este tipo de sociedades, denominadas matrifocales, que funcionaron hace decenas de miles de años, y que no eran precisamente matriarcales se caracterizaban por ser comunidades de vida y de producción, la mujer ocupaba un lugar central, no porque ejerciera ningún tipo de autoridad, sino por el prestigio que generaban su experiencia y sus habilidades, no habían dogmas religiosos, no había diablo, y la gran diosa era la vida, se valoraba lo sexual pero con equidad, sin rechazo a otras formas de sexualidad, no había desigualdad social, ni esclavitud. Tampoco habían niños o niñas abandonadas, ya que los eran atendidos/as por la tribu, entre otros.
Cuando llegan los españoles a nuestro continente, se producen procesos de destrucción patriarcal, por parte de los invasores, de sociedades que, según Bartolomé de las Casas, eran matrifocales (como el caso de los Araucanos, Chile).
En el plano mitológico, la gran diosa madre va siendo reemplazada por dioses masculinos -ahí los dioses, como el griego Zeus, o como el hebreo Yahvé; dan lugar a las religiones monoteístas, que son las que han promovido las peores formas de machismo cultural.
Y en el plano cultural aparece la represión de la sexualidad, de lo femenino, de los animales y del medio ambiente en su conjunto. Se inventó también el pecado, el sentimiento de culpa y el merecimiento de castigos.
Los filósofos de las nuevas sociedades patriarcales establecieron un nuevo orden. Aristóteles, por ejemplo, sostenía que sólo el varón podía representar a la autoridad, y tanto él como el católico Tomás de Aquino definieron a la mujer como “algo no completo”, siguiendo a Pitágoras, que ya había definido a la mujer como “algo moralmente inferior”.
Sin embargo la comparación de las sociedades matrifocales con estos ejemplos de degeneración antropológica nos permite afirmar que la garantía de humanidad en el género humano es la mujer, y que por tanto se trata de recuperar ese valor, y por supuesto de reconocer todos sus derechos.
La Iglesia Católica como institución
la Iglesia Católica, con su estructura, su jerarquía y su normativa, no empezó con Jesús, ni con la noticia de su muerte y resurrección. En los primeros siglos el cristianismo era un movimiento, en el que había liderazgos y autoridad moral, pero no institucionalidad.
En cuanto la actitud y legislación de la Iglesia Católica sobre el sexo, se puede afirmar que, tanto en su legislación como en su práctica, la Iglesia considera el sexo desde el punto de vista de los deberes, como el deber de la reproducción, e ignora el punto de vista de los derechos sexuales, derechos reproductivos y el derecho a decidir de las mujeres. El único criterio objetivo e inapelable nos lo dan la vida y el mensaje de Jesús de Nazaret.
Si algo llama la atención en la vida y el mensaje de Jesús es precisamente su carácter profundamente humano. Como lo formula el teólogo español Ignacio González Faus:
Jesús es tan humano, tan humano, tan humano que tiene que ser Dios, porque sólo Dios puede ser tan humano.
Pero lo que más llamó la atención en la actitud cotidiana de Jesús fue su acercamiento a las mujeres, su valoración, las profundas conversaciones que sostuvo con ellas, y por supuesto su amistad personal con algunas, de manera especial con María Magdalena.
Sus propios discípulos se mostraban escandalizados por esa actitud; y de hecho cuando se redacta los Evangelios, sus redactores cambian la situación real, nos informan que los doce apóstoles eran varones, y por supuesto en todo el Nuevo Testamento no aparece recogido ningún texto ni pensamiento de mujeres. Pero estos son ya los efectos de la sociedad patriarcal en que creció y murió Jesús, y en la que se fue desarrollando la Iglesia Católica.
La preocupación permanente de Jesús era la promoción del amor al prójimo, la construcción de comunidad, la lucha contra la injusticia y contra toda forma de sometimiento y discriminación, la superación de la hipocresía.